- Baah, sí. Total, qué más da...
+ Sí, parece divertido.
- Vamos, ¿dónde cojones he metido el mechero?
+ ¿Lo has perdido? Venga... encuéntralo o no tendremos diversión.
- ¡Hago lo que puedo! Se me ha debido caer cuando veníamos hacia aquí.
+ Puff, ahora encuéntralo entre tanta porquería...
- Pero no te preocupes, que llevo cerillas.
+ Ah, bueno, haberlo dicho antes. Esto empieza a ponerse interesante...
Y el fuego comenzó a consumir sus bajos. El pobre muñeco no sabía dónde mirar, dónde meterse. Al fin y al cabo, no podía moverse. No le quedaba otro remedio, debía quedarse apoyado en su palo de madera viejo, a esperar su dolorosa muerte.
Y porque aunque no lo veas, duele.